18.9.15

EL ARTE SILENCIOSO

















Asombrosamente, la crisis económica parece estar originando numerosos proyectos de promoción y venta de arte por todo el país. Supongo que el sector cultural, es decir la gente que trabaja en él, está haciendo todo lo posible, sin escatimar esfuerzos, para que esto de la cultura no se apague. El panorama resulta curioso, cuanto menos. Pese al desamparo causado por la caída de la venta de arte, cada año surgen nuevas ferias de arte contemporáneo en España, ya sea promovidas por instituciones públicas, asociaciones culturales o por el sector privado. Parece que cada ciudad quiere tener su propia feria o bienal. Y hasta ahí bien.

El problema, a mi modo de ver es que el sector se agarra a un clavo ardiendo y ello favorece al arte más vendible, más comercial si se me permite la expresión, dejando poco hueco para el arte más innovador, más arriesgado y, a priori, menos popular.

Vivimos en una sociedad que cada vez va más deprisa. Esto, en lo que respecta al mundo del arte, se traduce en el ascenso de un tipo de arte que ofrece una modalidad de goce estético inmediato. O dicho de otro modo: un arte fácil de digerir.

Cada vez más, las ferias se llenan de trabajos de gran impacto a primera vista, pero carentes de pretensión innovadora. Aquello que se publicita como el “arte emergente”, el realizado por los “elegidos” para abanderar la vanguardia nacional, tampoco dice nada nuevo. Y es que creo que lo que falla a veces es el criterio de quien mueve los hilos en nuestro ámbito. Artistas que innovan los hay. Artistas que toman la decisión de arriesgar los hay, pero con ello quedan expulsados a un paisaje desolador sobrevolado escasas veces por los buitres que mueven el cotarro.   

Hace poco, hablando con un buen amigo sobre este tema, me dijo que apreciaba en la sociedad una tendencia a leer únicamente titulares. Ponía el ejemplo de la descomunal cantidad de información que recibimos a través de internet. Cada vez se leen menos textos largos. Los periódicos se ojean por encima. No disponemos de tiempo para profundizar en nada. O no nos tomamos el tiempo, habría que decir. Nos estamos acostumbrando a la información rápida. Y esto se puede ver por todas partes. Si observamos los “muros” de las redes sociales, podemos llegar a una conclusión bastante evidente: existe una especie de estrés generalizado por la búsqueda de “likes”. Muchos creadores, da la sensación de que trabajan inmersos en un proceso comunicativo cuyo máximo objetivo es obtener la mayor cantidad de “megustas” en el menor tiempo posible. Y lógicamente, los impulsivos dedos sobre el gatillo del ratón que dispara imágenes de manos con el pulgar hacia arriba, se activan con mayor facilidad ante las imágenes de impacto visual. Da igual si son imágenes vacías, si impactan es lo que parece importar. Da igual si carecen de mensaje o si el mensaje que llevan implícito está masticado hasta la saciedad, si la imagen es “cool” ya vale.

Esta tendencia es la misma que aprecio en muchos (no todos, para ser justos) de los grandes eventos de arte contemporáneo. En las ferias de arte de nuestro país, una gran cantidad de trabajos que se cuelgan en las paredes, pertenecen a esa categoría de fácil digestión y “megusta” rápido.

En contraposición a esta categoría, y como ya he dicho, existe un arte realizado por creadores que no se dejan llevar por el “mainstream” del arte. Se antoja complicado no caer en la misma predilección. Imagino que para el creador que apuesta por hacer algo que no se quede en lo anecdótico, debe ser descorazonador ver cómo su arte no obtiene ni la mitad de repercusión mediática que la que obtiene un arte facilón basado en gritar más alto.

Por todo ello, desde aquí quiero romper una lanza a favor de los artistas que aspiran a remover mentes, profundizando en lo poético y generando discursos complejos alejados del ruido gratuito. En verdad son ellos la vanguardia, aunque una vanguardia invisible. Ellos son los valientes, pues ellos asumen el alto precio de realizar un arte que suponga un verdadero reto intelectual para el espectador, poniéndolo en aprietos.

Agradar a la mayoría es fácil. Lo difícil y trabajoso es hacer algo inteligente de verdad. En mi humilde opinión, las personas que se dedican de una u otra manera a la promoción del arte, deberían tomar buena nota de ello. Yo al menos, desconfío cada vez más del arte que le gusta a todo el mundo.


C. D.

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